Una fila de hormigas
Una cara bonita,
pensé
al llegar a la terraza del chiringuito.
La brisa daba sentido
a aquella tarde de julio.
Llené los pulmones
recordando todos los veranos
en ese preciso momento.
¿Aquí?, preguntas.
Me encogí de hombros.
¿Por qué no?
De eso se trata,
de volver a poner los pies en la arena
del aquí y el ahora.
¿Dónde suceden los veranos, carita guapa?
Mientras te sentabas, joven de mil años,
parecías decir: en el pasado.
Me miraste
y sin más
me mostraste tus heridas,
tus miembros amputados,
tus naufragios,
con una sonrisa sádica.
No estaba preparado para esto.
Con cada silencio
decías:
no puedo más,
busco alguien que me sane.
Respiré profundo
hasta que me dolieron los pulmones
como queriendo tragarme todo el mar.
No solo aquel que casi palidecía
viéndonos allí
uno frente al otro
por primera vez.
Yo no estaba preparado para esto.
Podía haberte dicho
es fácil
bailemos hasta que las heridas sean pus,
bailemos hasta que no necesites piernas,
bailemos hasta que el dolor ya no tenga sentido,
bailemos,
bailemos,
bailemos,
aquí y ahora,
bailemos.
¿Te parece difícil?
He cruzado las montañas
buscando la fila de hormigas
que había en la acera de la casa del pueblo,
la luna llena de agosto
bajo la que me besé por primera vez,
el perrillo diminuto que nunca quería volver a casa.
Aquí y ahora,
bailemos.
Te miré y pensé,
no está preparado para esto.
¿Quieres pasear un poco?
¿Aquí?
Claro, aquí y ahora.
Es lo más parecido a bailar que se me ocurrió.
El sol se fue poniendo,
y me quisiste besar.
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